Al comenzar el penúltimo mes del año, el mes que vio nacer a mi padre, el mes al que mi abuelo le dedicó un poema,
llegaste, jacobo, a haarlem
con las once campanadas
del carillón de la bruma...!
el mes que nos anuncia que ya se nos termina el año, el mes que en algunos lugares se agradece a un dios contradictorio y comienza la temporada mas comercial del planeta ... en fin, me refiero a noviembre, claro, mes con símbolos y marcados momentos, si, en ese principio de ese mes, Amy y yo estábamos invitados al festival Diablo de Oro en Oruro con Olalla, la película dirigida por Amy y producida por este servidor quien también toma el papel del atormentado tío Felipe, un vampiro genético que no le queda otra que amar y castigar a sus hermosas sobrinas.
Entonces, cuando ahí estábamos, Amy y yo, sentados en un banco de la plaza frente al viejo y hermoso cine Palais, tomamos conciencia del profundo significado de ese momento. Se completaba un ciclo. Un ciclo en nuestro trabajo, un ciclo en nuestras vidas. Un ciclo que duró diez años, un ciclo que comenzó ahí, en el écran plateado de ese cine, donde se proyectó Martyr or The Death of St Eulalia en noviembre del 2005 y Amy estaba en la audiencia.
Cuando hice Martyr, yo me pregunté si algún día, en algún festival, en algún lugar del mundo, alguien vería mi película y cambiaría su vida al verla. Y ocurrió en el lugar menos esperado, en Oruro, Bolivia. Fue ahí que la norteamericana Amy Hesketh vio Martyr, cambió su vida y la mía. 10 años después, en Mexico, alguien vio Olalla en el festival de cine FERATUM y nuevamente cambió la vida de ambos. Esas cosas raras del cine.
Se termina el año 2015, y se termina con el rodaje de JUSTINE. Pero no es un fin, es un ciclo que se completa de manera magistral.
A veces los cambios son necesarios, a veces vienen sin que los andemos buscando, a veces los empujamos sin saberlo. Los cambios vienen. Vinieron. Ahí están, cerrando ciclos. Los ciclos se cumplen siempre. A veces se cruzan. Hay ciclos que comienzan cuando otros están todavía por cumplirse. Hay ciclos cuyas semillas se plantan cuando otros ciclos todavía se van cumpliendo. Hay ciclos que están muy bien marcados. Y este ciclo está claramente marcado con fechas, momentos, lugares.
Los ciclos dan frutos si el terreno ha sido propicio, y en este caso lo fue. Los ciclos anteriores dejaron un terreno fertil, bien trabajado, listo para la siembra. Y vinieron los frutos. Vientos Negros, Misiones, Moxos, Sirwiñakuy, The Ghost of Blood Castle, Barbazul, Le Marquis de La Croix, Maleficarum, Dead But Dreaming, Olalla, Pygmalion y Justine. Y de tanto en tanto esos cortos y trabajos experimentales y music videos.
Cada ciclo es también un recorrido. Un camino que comienza incierto, un camino por el que uno avanza sembrando, talando, comiendo, viviendo, amando, riendo, llorando, aprendiendo, ganando, perdiendo. En este ciclo hemos aprendido mucho, hemos trabajado duro, hemos metido la pata de tanto en tanto. Hemos logrado metas, hemos perdido cosas, hemos cometido errores, hemos tenido aciertos, y con cada paso que dimos, damos, daremos, construimos futuro y provocamos esos cambios que cambian la vida totalmente y dan inicio a otros, igual de inciertos ciclos. Lo que se viene es un gran enigma.
No importa cuanta experiencia uno adquiere a cada paso que da. El próximo paso es igual de incierto, es igual de inmaduro, es igual de inexperto, es igual de nuevo. El 2016 es un enigma. Hay planes, hay guiones, hay proyectos que se van formando paso a paso, hay ilusiones, hay posibles amores y desamores, pero igual, es un gran enigma.
Al cerrarse un ciclo, uno toma conciencia de todos los anteriores, desde el momento mismo que uno nace. Y en esa primera semana de noviembre del año que se termina, en el festival de cine Diablo de Oro de Oruro, me invitan a dar una charla magistral que la titulan El Cine Según Jac Avila. Y ahí estoy, frente a una audiencia de estudiantes de comunicación, contándoles esto de los ciclos. Tomando conciencia en esa improvisada charla de esas transformaciones, transmigraciones, transtornos que se dán con el correr de los ciclos.
El ciclo que dio vida a Krik? Krak! Tales of a Nightmare, que me llevó de Nueva York a La Habana, Budapest, Szeged, Lisboa, Paris, Amsterdam, Den Haag, a partir de Haití, ese pobre país que nunca dejó de ser pobre. Ese ciclo que se completó con una larga gira de festivales Europeos, comenzando en Cannes y que parecía que nunca terminaría, ese ciclo que dio también sus frutos, otros, aparte de Krik? Krak! Tales of a Nightmare y que generó esos guiones que quedaron en el camino para ser recobrados mas tarde, quizas.
Ese otro ciclo, el de Pachamama, el proyecto que nunca se hizo y que parece que ahora sí se lo hará, ese ciclo que plantó semillas en Szeged y plantó sueños en Paris y Tour, y terminó en Nueva York con Martyr or The Death of St Eulalia y Nocturnia, esos magníficos proyectos que terminaron en Oruro, pasando por Santa Cruz, para dar inicio a este ciclo que ahora termina.
Ese ciclo, el de Pachamama, la película que nunca se hizo, cuyo guión transitó el universo y sirvió de inspiración, por no decir otra cosa, a muchos, un ciclo de talleres, de enseñar aprendiendo o aprender enseñando, un ciclo de frustraciones que enseñan esas cosas de la vida, de los negocios, de las falsas promesas, de los espejitos brillantes. Ese ciclo que nos dió la miniserie El Hombre de la Luna, que engendró un sueño plasmado en un guión llamado La Pasión de Maricelli, él que se convirtió en 20 trabajos experimentales muy underground y dieron otros frutos, como Tierra, en el Beni. Pachamama fue uno de esos guiones que se convirtieron en la vida misma.
Un ciclo intenso, el de Pachamama, que marcó el primer retorno a la tierra que dejé el año 1972, cuando terminó ese ciclo de vida apacible, de colegial enamorado, idealista, soñador, cinéfilo, con aspiraciones artísticas y musicales en La Paz, Tarija, La Paz, vida de amores adolescentes, pasiones revolucionarias y rockeras, experimentaciones alucinadas, espirituales, amigos caídos bajo el fuego de la metralla, tiempos duros, cuando hacer cine era el sueño a seguir, ese sueño que me llevó a vivir New York, a convertirme en New York, a ser New York y entrar en ese New York State of Mind del que ya nunca saldré.
En un momento específico, dejé mi trabajo de fotógrafo comercial bien remunerado para dedicarme al cine independiente. Fue durante ese ciclo que una bella italiana me dio un hijo, era en ese tiempo agitado por movimientos revolucionarios que quise poner mi granito de arena a esos necesarios cambios sociales que exigíamos esos jóvenes melenudos y descalzos desde San Francisco a Praga, pasando por Paris, Budapest, Mexico y el Central Park de New York donde mataron a John terminando con ese imagine que nunca se dio.
Durante ese ciclo, en un momento específico, me convertí en cine, cine independiente, cine sin ataduras, sin condiciones, cine comprometido, pero no a alguna ideología colgada de una nube ni a algún pensamiento encerrado en una jaula ni tampoco a alguna religión oprimida/opresora; deje todas esas cadenas en el camino cuando aprendí esa cosita llamada libertad. Dejé todo por un cine comprometido a su verdad.
Me hice cine y hago cine y pasaron 35 años. 35 años en que vivo cine, vivo del cine, alimento mi cuerpo, alma y mis gatos del cine, y amo sin nunca dejar de amar a los grandes amores que me sigue dando el cine.
Cierro el 2015 con dos películas en post. Pygmalion, de Amy Hesketh y Justine, dirigida por mí. Ambas realizadas al final del año, ambas ambiciosas pero de bajo presupuesto.
Abriré el 2016 con la post de ambas. Y mientras de corte en corte avanzan las obras, estaremos gestando otras. Veremos que nuevas sendas vamos abriendo, que nuevos ciclos iniciamos, que nuevas vidas vivimos. Cada ciclo, cada película, cada paso alimenta nuestras vidas. En esas estamos.
Entonces esta es una despedida. Una despedida a ese ciclo de 10 años, una despedida al año que pasó, y una bienvenida. Una bienvenida a ese nuevo ciclo que ya se gestó en algún momento; una bienvenida al año que viene y es también un mirada hacia atrás sin el peligro de convertirnos en sal. Es un poco de ver al pasado sin la intención de predecir el futuro, simplemente para ver cuanto hemos avanzado hasta éste momento. Y no se ve nada mal.
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